13 nov 2016

Anciana-Rex Paqueterita y La Entropía Atómica del Universo

La noche estuvo precedida por rugidos jóvenes de cambio y cánticos ancianos llenos de inercia. Ordené lo usual. Comí y bebí en el viejo lugar de pizzas de siempre, allá en el centro. Al terminar, observé el reloj y me di cuenta de la hora, pero fue día de la semana el que captó mi atención. Salí de mi casa sin ninguna otra intención mas que el estar afuera y el día era miércoles. Aproveché eso y me di una vuelta por los diferentes museos del primer cuadro de la ciudad los cuales permiten la entrada libre los miércoles.

Entré al primero, al museo de historia. La tarde había sido una particularmente fría para el inicio de un otoño. El viento otoñal estaba haciéndose notar por primera vez desde hace un año y, así como a las hojas, habían tomado por sorpresa y barrido con la gran mayoría del público, así que el museo, la etérea recepción, sus grandes alas y elegantes pasillos, se encontraban notablemente solitarios. Exploré la exposición temporal gracias a esto sin ningún inconveniente. La exposición tenía piezas y textos los cuales hablaban sobre la evolución de la moda y de los accesorios a través de los tiempos de la colonia hasta llegar a la guerra revolucionaria. Conforme los tiempos avanzaban, las estrafalarias vestimentas coloniales y la extravagancia de los accesorios iban perdiendo su brillo, el tono kistch, y su volumen vaporoso para dar lugar a ropas cada vez más prácticas y, en otro sentido, mas casuales. Al terminar la exhibición temporal, llegue a la galería permanente, más sin embargo no le presté la misma atención. Era bonito, si, pero el vagón de tren, las maquetas, las representaciones a tamaño real de ruinas y el inicio del partido popular ya lo conocía. Finalicé entonces de ver el contenido del primer museo y de ahí me pasé al siguiente, también de historia, y tras ese, al último, el cual era de arte de moderno.

La exposición itinerante del museo de arte exhibía las obras del alemán Otto Dix. En ella, dibujos, óleos y tintas reflejaban el brillo de una realidad de rojos y amarillos enfermizos y purulentos. Guerra, sexo y pobreza, siendo cada una dispuesta individualmente como una certeza de la condición humana. Viajaba de pasillo en pasillo y de cuando en cuando se asomaban nada tímidos, entre los horrores de la guerra y los charcos de sangre y semen, retratos y bellos paisajes hechos con gran técnica y precisión. Su belleza escondida entre la estridencia del resto de las obras solo hacía mas que resaltar su hermosura. Más sin embargo había un detalle importante. Tanto el carboncillo de la silueta de la mujer tirada, desnuda en el muelle, como el atardecer de viniles en un valle florido eran productos de los trazos de una misma mano. Eran hermanos hijos de una misma visión del universo. En cierta medida, el artista en su proceso creativo, se había convertido en Dios, fuente viva, origen de toda bondad y su espalda negligente por convicción o por falta, lejos de su mano, infinita maldad. El cielo y el infierno en una sala y Dix llevaba en su pincel, la batuta.

Salí de la sala mareado y con hambre. Mis ojos se tardaron en acostumbrarse a la falta de luz y mi cuerpo se estremeció con la primera bocanada de aire helado. Me reincorporé y caminé hacia la explanada cruzando la calle y volví a ver la hora. Era tarde ya, hora de ir a casa. Me dirigí a la parada de camiones de siempre y a lo lejos observé un grupo de personas de edad avanzada, agregados todos bajo la cobertura del kiosko central. Mi morbo se elevó rápido al verlos, era un número importante para la hora y la oscuridad, el frío y el lugar no eran los apropiados para personas de tal calibre, así que no tuve mas remedio que el ir a ver para saber que diablos estaba pasando con ellos. Para mi sorpresa no solo eran ancianos, solo eran mayoría en el grupo, había uno que otro joven por ahí en la masa de personas, y todos estaban escuchando a un orador principal. Era una sociedad civil, Frente activo se hacían llamar, y la junta se llevaba acabo debido al alza exorbitante anunciada en los precios del transporte público. Como persona que estaba a escasos segundos de utilizar el colectivo, naturalmente me sentí atraído por la conversación y decidí tomarme algo de tiempo para escuchar lo que tenían que decir. Hablaron de los diferentes aspectos que hacían difícil el control real de los precios, como los sindicatos, la falta de competitividad entre las empresas, la falta de infraestructura del gobierno para la renovación de servicio y demás detalles quizás más técnicos y burocráticos en los cuales honestamente me perdí. El hombre habló bien, con un dejo de sensacionalismo e histrionismo, pero se notaba su legítima preocupación en sus palabras, por lo que al final me acerqué con él y hablamos un poco:
- Hey, ¿como puedo ayudarles en algo? Algo que pueda firmar, ¿una petición formal... ?
En lo personal, no soy de gritar o de marchas. Lejos de mí están los días de pasión sobre una causa o una idea, y la poca chispa que quedaba, se agotaba en el frío mundo de lo cotidiano y lo laboral, pero si hacía algo aunque, sea algo mínimo, ya no me sentiría tan mal conmigo mismo.
- Si, aquí... mi nieta tiene este. Toma.
Me dio una pluma y la chica, la cual para ser su nieta, más bien parecía su esposa por el aspecto viejo y la respuesta servicial ante los comandos de su abuelo, me alcanzó la tabla con el pedazo de papel. Lo firmé y agradecí su preocupación por los problemas de esta ciudad, a pesar de que dentro de su discurso, él dijo que venía del sur.
- Alguien se tiene que preocupar por la ciudad. De donde vengo inició a haber cambios de este tipo durante una temporada, cuando era joven. Reaccionamos ante ellos a tiempo y no nos ha ido tan mal. Ahora el tiempo ha seguido, tengo familia aquí y vine para acá en mi tiempo como retirado donde las cosas han empeorado al parecer, pero yo ya no tengo energías como para hacer las cosas como se hicieron allá. Es por eso que permito que mi nieta me acompañe a estas reuniones, dice sentirse inspirada por mí. A veces quisiera que todos los jóvenes pudiesen ver en mí lo que mi nieta.
- Ya veo. Acá... además, siempre vemos al sur con cierto desdén, ¿no lo opina así?
- A veces... me aterra ver  a los jóvenes de ahora o al menos a los de esta ciudad. Tan ensimismados en su mundo que no parecen creer que es más grande que lo que la pantalla de su celular lo deja ver.

Seguí mi camino hacia la salida del camión que tomaría y en otra explanada del centro de la ciudad me topé con otra multitud de siluetas reunidas en medio de la noche. Esta vez, se notaba eran puros jóvenes, lo dedujo por sus ropas y el tamaño de sus cuerpos, los que se encontraban juntos y emitían una vibra similar a la congregación anterior de ancianos y padres de familiar trabajadores. En efecto estaban reunidos en un semicírculo y hablaban sobre la misma problemática, su grupo se llamaba Pueblo frijolero. Sin embargo el único tema que parecían estar discutiendo era la programación de una marcha para algún día en el futuro cercano. Días fueron barajeados, disponibilidad de unos, impacto para otros eran los puntos fuertes para escoger el tiempo adecuado.
- Oiga, disculpe -dije alzando la mano-, allá del otro lado, a un par de cuadras hay otro grupo de personas haciendo planes y estrategias para el mismo problema... no sería lo ideal que... si se juntaran... ¿su movimiento sería mas fuerte? Allá parecían tener un viejo que parece tener ya una idea de cómo hacer las cosas.
El que parecía a todas luces, el jefe, al menos moral, del movimiento
- No gracias, nosotros ya sabemos como hacer las cosas. No necesitamos ayuda de nadie.
- Claro.

Ya en la central de camiones me puse en línea y esperé parado a que llegase la ruta que necesitaba para llegar a casa. A lado mío se encontraba una abuelita, la cual trabajaba como cerillo en un supermercado y con la que también de vez en cuando intercambiaba uno que otra palabra. Nada profundo pero si solo lo necesario para soltar algo del gas acumulado durante el día. Algún comentario sobre el clima, le preguntaba sobre su día, qué tanto tiempo llevaba ya esperando el bus. De vez en cuando, parecía solo tener ganas de ir a casa y en su ansiedad tomaba un taxi a las afueras de la central y se iba a casa. Ese noche no sé que pasó pero la plática fue algo así:
- No si la cosa cada vez está peor.
- ¿Usted cree?
- Si. Las cosas... ya no es como antes. El otro día... asaltaron a mi sobrina, lo bueno es que no iba con mis nietos... pero la asaltaron, le quitaron todo. Ah, cada vez está la cosa pior. - suspiró.
- ¿Cómo le fue en el trabajo?
- Me fue bien.
- Ah, menos mal.
- Pero bueno, mejor ya me iré a casa, ya vi el taxi de don Juan.
- Buenas noches entonces señora.
Y así la señora se fue.

Supongo que es natural para ella ver que las cosas empeoran cada día, que conforme pasa el tiempo estamos solo peor y que la situación luce como si no fuera jamás a mejorar. Supongo que es solo una conclusión natural. Algo que fluye para ella, que le hace sentido. Cada día su cuerpo seguro le responde menos. El camino al trabajo se vuelve más cansino, el kilo de huevo ahora parece pesar más que ayer, mientras que cada vez es más obvio que los productos no parecen ajustar a las bolsas de supermercado. Para ella ese pensamiento es natural pero, ¿qué hay entonces para mí? Tomé el camión y me fui con esas ideas a casa, para seguro dormir para nada bien.


See you space cowboy!