6 sept 2019

Identidad Líquida

Somos los que fuimos enterados de la fiesta hasta el último minuto. Nos vestimos con lo que se viera decente y estuviera limpio. Nuestros padres nos dejan a la puerta y se despiden contentos y sin mirar atrás. Nos presentamos, por compromiso y solos, con demasiado orgullo como para decir que no a la invitación. Abrimos la puerta. Entonces, la sorda música escapa conforme abrimos la puerta  y vemos a las parejas sonrientes. El baile ya inició. Debió haber iniciado desde hace ya tiempo. Ya hay comuna. Las parejas bailan sin chocar en un orden que parece hasta natural. En los que no, lo que reina es la desorientación. Los enajenados se miran entre si. "Nadie de aquí es tan bueno como para bailar conmigo", imaginan. Otros piensan "Seguro no sabe bailar", "Qué dirán si lo acepto a él", "Qué pasa si me toma y me hace quedar mal".

Aún y con ello aceptan hablar entre sí porque,
- Es que esa canción que está no me gusta.
Farfullan, mientras menean el pie.

***

Una vez tuve un amigo, y digo una vez porque actualmente no sé si está vivo o muerto, que era el cantinero en un casino del pueblo. El casino era el único punto brillante de la noche de la que fuese mi pequeña ciudad irónicamente. A la gente le gustaba mi amigo no solo porque hacía bien su trabajo, sino porque también era bueno escuchando y, si no tenías nada qué decir, tenía buenas historias de borrachos y gente drogada hasta el tope. Él mismo no se drogaba, llevaba limpio desde la preparatoria, pero los viejos hábitos y la gente que los trae consigo, nunca mueren, así que aún tenía mucho qué contar si así lo deseabas. Él, me contaba; tenía una cliente favorita en particular, una mujer rica y guapa, relativamente joven, como pocas había en el lugar. Verla llegar eran buenas noticias por muchas razones. Para iniciar, era alcohólica, lo cual significaba que las bebidas se movían más. Segundo, y de nuevo, era guapa, así que no solo era su alcohol, sino el que se movía en torno a ella pedido por todo aquél lo suficientemente tonto como para querer gastar en ella o con ella. Propinas más, propinas menos, ella era un factor a considerar entre una madrugada sencilla o un premio mayor en el casino.

De igual modo Lázaro, mi amigo, lo sabía. Sabía que su familia tenía suficiente dinero como para que ella fuese y viniese de Las Vegas todas las semanas de así quererlo. La gente que iba al casino tenía billetes, pero no esa cantidad de billetes, si sabes a lo que me refiero. Mi amigo asumió que le gustaba la atención, que le gustaba el control. Le gustaba ser el pez grande en el estanque chico. La gente de ciudad estaba a su nivel, y al mismo nivel uno deja de ser especial. El pueblo era un oasis. Los chicos orbitaban como planetas alrededor de ella y lo que proyectaba ella era fuerza de gravedad pura y ningún agujero negro a kilómetros a la redonda opacaba ese poder.

Ella llegaba al tronar de la noche, y tan pronto como el sol se ponía, ella lo hacía en la barra para fumar y beber y reír y ser. Su carro irrumpía en el frente por veloz y por enorme, un elegante bote acuamarino sobre ruedas listo para el ballet. 
- Podrías morir en una de esas, ¿sabes?
- ¿Cómo dices? ¿Por qué lo dices?
- Tu coche.
- ¿De qué hablas?
- Deberías de manejar con más cuidado. Sé que es casi un cliché; un hombre, diciéndole a una mujer cómo conducir. Sé que no quieres esa mierda de mí. Que solo vienes a divertirte. Pero deberías cuidarte.
- No me importa. 
- Debería.
- El auto está asegurado.
- Eso no es... mira. Al menos deberías de usar las direccionales al entrar.
- ¿Para qué?
- Bueno, algunos clientes se quejan.
- Que se jodan.
- Si, eso creo también.

Creo que mi amigo lo hacía más por cortesía que por preocupación, al menos en un principio. Luego, creo que sintió algo de lástima. Luego, creo que solo le importaban las bebidas y los otros clientes. Ya no supe que le pasó a mi amigo. O a esa mujer. O a aquél pueblo.

***

Somos todos aquellos los que, descansando la espalda contra la pared, mendigan palabras entre sí mientras observamos con recelo a las parejas, sonrientes y felices con mirada de póker cuando por dentro nos encojemos de envidia por su alegría y compañía.

Nuestros padres no vendrán por nosotros sino hasta la 1. Somos demasiado penosos como para llamar, demasiado temerosos para romper una pareja y comenzar a bailar, así que no hacemos nada más que mirar el espectáculo. Silenciosos. Una exhibición grotesca de orden y felicidad y toda es para nosotros. Afuera comienza a llover. Creo que el baile igual no va a terminar.