11 may 2021

Ausencia

Cuando uno observa un sistema tiende a pensar en él como un todo compacto y homogéneo. Las presencias se obvian y los vacíos se rellenan con sentidos y propósitos, justificaciones a su existencia y forma más allá del cuestionamiento al escenario planteado.

Buscamos sentido a lo que esencialmente son absurdos y eso traza caminos que la mente sigue, ya sea a la hora de tomar decisiones o de aplacar voces. Cada momento es una decisión tomada en base a registros previos. Actitudes se transforman en cotidianidades, y ahí es donde habitan las ausencias y las presencias.

Una avenida comercial, al ser concebida, describe un bullicioso de tránsito e intercambios de palabras y productos. Una máxima incuestionable como voltear a ver alrededor y ver que la montaña sigue ahí. Tomamos la decisión de evocar el sentimiento de presencia y tumulto, como el orden natural, lo cual, a falta de este, solo hace más evidente su falta. 

La cuarentena ha sido dura con lo cotidiano y lo que creemos natural. Desde lo necesario de un abrazo, hasta la frívolo de una fiesta con amigos desconocidos. Es entonces pues, que en el momento  de ausencia, que se debe de plantear lo realmente necesario. Una claridad no antes permitida por la domesticación de la rutina, no para romantizarla, sino para convertirla en algo positivo.

Las ausencias implican la existencia de un estado pasado de presencia. Un instante el cual fue y dejó de ser, creando un paradójico en la racionalización del sentimiento, palpable en el cuantificable binario, "estaba, ahora no... y por ello soy menos."

Leí alguna vez que la mejor forma de destruir a un niño era "hacerle creer que tiene metas". Una ansiedad manufacturada que llevará hasta el día de su muerte a menos que uno se enfrente a ella. Una ausencia artificial la cual no se revelará debido al modelado productivo de nuestra sociedad actual. Cuántos no se han perdido en la búsqueda de lo que en realidad nunca estuvo allí y fue, en cambio, impuesto. Cariño no correspondido, atención no necesitada, éxito y reconocimiento que genera más hambre que la que socava. 

La peor ausencia es la ajena porque está más allá de nuestra naturaleza. Es un huésped que demanda servicios que no le podemos dar.  Eso incluye cuando alguien se va.

La muerte, tan natural como la vida, propone lo inconcebible en el peso que deja en los que le sobreviven y en el que libera a quien recoge. El caos máximo del cuerpo y alma, donde uno termina y el otro inicia.

El día del sepelio de mi tía Pilar en ningún momento pude llorar. Aún veía mi familia junta, un escenario planteado. Llegó el momento en que tocó enterrar sus restos y las lágrimas comenzaron a correr en muchos. Mi madre nos abrazó, y entre respiros profundos nos dijo:
- Ella siempre pensaba en ustedes. Siempre les mandaba pan.

Pensé en el pan. Pensé en la falta de el.
Se había destruido el orden natural.
Se había construido una ausencia.
No pude dejar de sollozar.