25 jul 2012

Defectivo

Dinero, dinero, dinero.

Varo, feria, morralla, efectivo, créditos y capacidad adquisitiva.

Desde chico siempre tuve grabado en mi mente la idea de que el dinero era la causa de todos los males.

La fe del mundo, dirigiese a donde se dirigiese parecía estar emparentada a la cantidad de ella que se debía la gente entre sí. Y ya en un nivel más familiar al mío, la falta o el exceso de él siempre era un problema.

Si había exceso de él, te volvías en un avaricioso, tomabas un gusto por él y estabas atado a la búsqueda de querer más y más. Ya si había una falta de él...

Fue duro crecer de niño con mi nivel socio económico. No lo digo porque alguna vez hayamos pasado hambre, falta de servicios básicos o hubiese habido deudas con crecimientos exponenciales. Por alguna razón rara, de los pocos amigos que llegué a tener durante primaria y secundaria, la mayoría, sino es que todos ya tenían en casa una consola de videojuegos y en sus manos, había un GameBoy Color o ya más adelante, un Gameboy Advance.

Tampoco había escapatoria de ello en vacaciones. Mis tíos y tías siempre tuvieron muchos más ingresos de los que hacía mi padre. Así que la estadía durante vacaciones en sus casas siempre se fue para mí en una mezcla de diversión culpable con incomodidad verdosa, viendo hacia el suelo durante las noches, desde la ventana de algún cuarto del segundo piso de alguna de sus casas que visitáramos.

Me sentía culpable por sentirme así, y apestaba sentir eso hacía tus amigos y familiares.

Así fue muy sencillo para mí crear una especie de complejo de inferioridad basado en el dinero que tenían los demás, el cual se sumó al ya en camino paquete de inseguridades de la pubertad.

Así pasaron los años y, con el tiempo y muchas otras cosas más, el temor fue desapareciendo y aquella inferioridad fue siendo re-emplazada por otros miedos e inseguridades que fueron surgiendo durante mi camino hacia la edad adolescencia y con sus respectivos cambios de perspectiva del mundo.

Más recientemente, esa ansiedad volvió a aparecer en mí cuando llegué a la ciudad y empecé a tener salidas con mujeres que apenas y conocía. Uno de los riesgos que se tienen es que nunca sabes cuáles serán los estándares de dinero a gastar por salida y había ocasiones en las que al final del día acababa sin poder cenar o caminando parte del camino a casa porque estaba corto de efectivo.

Era incómodo aquél momento del día en que, en medio de una plática, reciben un mensaje al celular, lo sacan de su bolsillo y notas que es un iPhone 4.

No era un Game Boy Color, pero causaba el mismo efecto en mí, y me sentía niño de nuevo.

Tomo un respiro y me controlo a mí mismo. Deja de ver al celular.
¿¿??- ¿En qué estábamos?

Al final del día, solo espero haber cambiado lo suficiente y portarme a la altura de mi edad. Solo espero haber madurado lo suficiente como para al menos lucir que no me importa...

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