31 may 2020

... Y salió ileso

Desde hace un par de días atrás, me había estado sintiendo mal. Muy mal. Físicamente mal. Del tipo enfermo, mal. El primer día fue dolor de cabeza. Al segundo día se le sumó el cansancio. Al tercero dolor de espalda y articulaciones. Al cuarto ya había dolor detrás de los ojos y resequedad de las vías respiratorias. Ahí fue cuando la paranoia comenzó a golpear la puerta.

- Es como dengue, -racionalicé- ha habido tantas lluvias estos días. En alguno de esos baños de sol algún bicho me habrá picado e infectado.

Tomé un baño largo de agua caliente. Dejé el agua hirviendo recorrer mis cienes, garganta, espalda. Diluí en cuanto pude mis mis malestares. Fuera de la regadera di tantas vueltas pude al departamento como al asunto en mi cabeza. Debe ser dengue. No puede ser... lo otro. Busqué los síntomas, cuadraban. Busqué por sintomatología, ¿resfriado común? Posible ¿Hepatitis? No ¿Herpes? Ojalá no. Mi cabello largo por fin se secó y me tiré en cama. Debía de aprovechar esos momentos de bienestar posteriores a la regadera, lo poco o mucho que duren. Varias vueltas sobre el colchón y ya había dormido un par de horas.

Desperté solo para regresar a la casilla de inicio. Todos esos dolores seguían ahí y estaba cansado hasta el alma. No podía seguir así. La paranoia tomó el control y no quería afectar a nadie. Investigué qué hacer al respecto. Escarbé en mi memoria y recordé haber leído algo sobre ello hacía unos días atrás. Finalmente di con los paraderos de los módulos móviles de pruebas y que el más cercano que tenía era el del centro, en Morelos y Zaragoza.
- Voy en el carro, me checan y si solo tengo temperatura, si la tengo, me prueban, y si me prueban, salgo negativo, si salgo negativo... pues ahí muere y todos tranquilos.- pensé.

Me fui como pude, pero no sin obvio antes cerrar las ventanas del departamento, dejarle comida a Artemis y llevarme mi Nintendo Switch con cargador, todo "por si no regresaba". Así me fui al centro, en chanclas, shorts y una playera de dos días. Manejé como pude decidiendo por las áreas más sencillas de transitar. Vacío, como era de esperarse. Llegando al centro en el área del antiguo edificio de correos vi los inicios de un tráfico bastante inusual para el área, el día y la hora, ni hablar de que es en cuarentena. Desaceleré lo más posible para evaluar la situación antes de embarrarme en el tráfico y un auto paso a mi lado. Llevaba un cartel en ambas ventanas los cuales se leía "Fuera AMLO".
- ¡PERRA COLA! La manifestación. Chingado... bueno, a lo que vine.

Los rodee como pude y tratando de predecir el curso de la marcha. A como mi lánguida mente me dio a entender llegué del otro lado llegando por Melchor Ocampo. y estacioné por el edificio central de Afirme, en uno de el extremo norte de Morelos. Tomé mis cosas y comencé a caminar, aplaudiendo las chanclas con cada paso forzado que cada claxón hacía peor. El dolor. La incomodidad. Esos claxons. Los carteles. Unos eran a mano en hojas de libreta. Otros impresiones de impresoras de poca tinta. Otros ni siquiera tenían bien proporcionado el tamaño del cartel y terminaron en sopas de letras a los extremos. Mi mente comenzó a volar y ya no estaba en mí, sino en ellos y sus alrededores. Los camiones solo querían hacer su chamba, así que los rodeaban con la típica torpeza e impunidad de chofi y los pocos transeúntes que les rodeaban ni se inmutaban. Había policías guiando la manifestación, pero eran más bien tránsitos que otra cosa.

Llegué a la esquina del edificio Acero. Me detuve ante la luz roja que detenía, no a mi, sino a los autos. Una persona me llamó la atención en particular. Primero, con medio cuerpo fuera del quemacocos blandía una bandera, luego la atención se fue por lo flaca que se veía. La bandera parecía más pesada que ella. Finalmente, miré su gesto. No había convicción. No había tristeza o al menos rastros de resentimiento. Tomé el celular para capturar un par de fotos y comenzó a ondear la bandera al tiempo que el semáforo cambiaba.  En eso se me acercó un hombre de edad avanzada, piel morena y lleno de lunares que empedraban su rostro sinuoso. Apuntó a la bandera, la cual se alejaba en el horizonte y dijo:
- ¿Sabes qué significan esos colores?
- ¿Eh?
- Chile, tomate... y cebolla.
- ¿En serio?
- El tomate está sin impuestos... unos lo mueven para...

El sujeto inició un discurso casi febril sobre impuestos, exportaciones, químicos y güeros con miedo. Realmente quería ponerle más atención y Dios sabe que quisiera recordar más de ese monólogo para poder darle registro pero realmente me sentía muy mal. Lo que es peor, su interrupción me liberó del trance, me estaba volviendo a sentir mal. Lo único que parecía claro era su desdén hacia los manifestantes. Aproveché un momento de silenció en su monólogo para agradecer sus palabras, le desee un buen día y me aleje pesadamente de aquél hombre sin embargo nuestra conversación ya había atraído miradas. De pronto, ya no era yo quien estaba observando y, con cada carro que pasaba, las miradas se hacían más pesadas y los autos más grandes, más brillantes. Parecían como si fueran parte de un safari del cual no querían participar. La primera vez que me sentí especialmente incómodo, admito, le pinté el dedo a una anciana y le lancé una mirada profunda, de enajenado. A los segundos recapacité y seguí mi camino. No era mi, era la fiebre hablando y estaba más enojado al hecho de que estaban bloqueando mi paso que otra cosa.

A la altura del Faro de Comercio me acerqué a un policía y manteniendo mi distancia, y él la suya después de hacerle un gesto con ambas manos, le pregunté:
- Disculpa, esto sonará raro... pero genuinamente creo que tengo "la enfermedad"... y tengo entendido que hay un módulo de exámenes cerca, ¿podrías decirme dónde es?

Señaló hacia al extremo sur de Morelos, al edificio de Banorte, a lo cual le agradecí. Me acompañó unos cuantos pasos y luego volvió a señalar:
- Es ahí.
- Muchas gracias hermano.

Vi el toldo, las pantallas con información y la estación móvil a unos cuantos pasos, cada vez más cerca, solo para realizar a los pocos metros que estaba cerrado. Todo esto para nada. Estúpida fiebre, estúpido miedo. Estúpido virus. Berreaba mentalmente cuando los autos volvieron a parar su paso a la luz del semáforo y miré a mi derecha. Desde un auto lujoso una familia me miraba con notoria confusión, o eso creía. Por un segundo quise disimular, aprovechar que estaba caminando para seguir y hacer otra ruta de vuelta al auto. Sentí vergüenza, me sentí derrotado. Triste. Evalué en instantes qué haría. Un plan de escape. La falta de claridad me detuvo. Estúpida indecisión. Ya habían pasado varios segundos. Pude haber malinterpretado esas miradas, pero ya no. El corazón golpeó el pecho en un arrebato. Un trueno de furia me arrebató el pensamiento. Yo no estaba mal. Ellos estaban mal. Ellos creen que se sienten mal cuando yo que me siento mal. Así son las cosas, así siempre serán. Eso es algo que nunca sabrán. Nada es un accidente. Todo tiene una historia. Todo.

Esa furia no es tuya.

Pero estaba ahí y se sentía propia.

Tú no importas, eres único más no especial.

Todo. Hasta esa furia. Incluso mi enojo. La rabia es el mecanismo de defensa de la frágil mente buscando compensar la vulnerabilidad del momento. De mi momento. Pensé en hace minutos. Reí un poco recordando el rostro de la anciana. No otra vez. Quizás. Pero no. No es su culpa. No es de nadie. Al menos no de nosotros aquí presentes. Volví a mirar la cola de autos. De claxons. De pancartas mal escritas y un par de vírgenes escondidas entre símbolos patrios. Si tan solo. Volví a reír por el rostro de la anciana y lamenté no memorizar el discurso del Morgan Freeman perredista.

Tomé un par de fotos. Regresé chancleando mi camino de vuelta al carro y manejé de regreso casa por el camino largo.

La verdad me siento mejor hoy. Mucho mejor. Ya fui a consultar, era solo una infección en la garganta que se agudizó por el estrés.



5 may 2020

Unidad de Supermercado

La diferencia creo que nunca se había hecho tan notable en lo cotidiano pero conforme pasaban las semanas era más evidente.

Siempre me dije a mí mismo que era irónico el lugar donde vivía, gano muy poco en mi empleo, sin embargo, por azares del destino y mi suerte, conseguí un gran lugar cerca de mi trabajo, tranquilo, todo incluido y con buena renta. 

Ya instalado y a primera vista, mi auto tampoco desentonaba estacionado en la calle de la colonia. Quizás lo primero que llamase la atención de él era que claramente es el más sucio de toda la acera. Luego de que eso resaltara para el ojo vigilante, resaltaría su modelo; muy viejo en relación al resto de los autos de la cuadra, aunque siendo honestos quizás solo estas pesquisas existían en mi mente paranoica.

Las primeras semanas anteriores al anuncio oficial me compré todo lo necesario para tener no tener que salir varias semanas, entre víveres y cosas del hogar. Los meses antes de que la situación se agravase estuve bien atento a las noticias de Internet del tema, incluso siendo vocal en mi trabajo sobre la situación conforme se acercaba ¿Quién es el loco ahora? Aún recuerdo con maravilla esa rebaja de detergente que vi. "Si lo hago bien tendré ropa limpia de aquí hasta el Apocalipsis", pensé. En el mismo orden de ideas, aún tengo algo de pasta, harinas y conservas de esa primera compra. El problema realmente era el refrigerador, el cual realmente era un frigobar de hotel disfrazado. Nunca le había tenido mala fe al pequeño, pero a veces bromeaba que en una situación de vida o muerte, no tendría la suficiente comida como para evitar exponerme lo más posible. Irónico, lo sé.

Varias idas al supermercado durante las últimas semanas y las diferencias son cada vez era más notorias. Primero se fueron los estudiantes. Esos vibrantes seres extranjeros de lenguas extrañas, esos inamovibles blancos de casi dos metros, ese connacional aspiracional de acento marcado. Ir temprano era la mejor idea de todos modos. Poca gente y los ancianos de las poblaciones iniciales. Su pensión, jugosa y como las que ya no existen, y ayudas gubernamentales los mantenían en esta área. Su mirada de desconcierto resalta más que su cubreboca tan torpemente sobrepuesto sobre sus rostros, ya sea por vejez o por incertidumbre. Esperan en la fila, se les indica que esperen por alguno de los carritos sanitizados, lo toman y comienzan su camino. Toman una lata, una bolsa de sopa, algunas frutas.  Conforme su carrito se llena se sienten mas a salvo. Se sienten más en control. Es como si llenar su carrito salvase a la humanidad y cada producto fuera una proeza homérica. Son los héroes, los héroes del capitalismo tardío.

Miro a la gente. Pocos estudiantes. Un par de personas de uniforme negro pasan a mi lado. Definitivamente menos que la semana pasada. Ya casi es mi turno de carrito asperjado. De igual manera me preparo con gel y aplico un medio puño. Pienso en mi madre viéndome severamente si no me lo aplico, debo de admitir, pero tampoco ayuda que no la he visto en un par de meses. La pérdida de calor y el escozor en la piel trae recuerdos del trabajo de laboratorio. Otro de uniforme negro hace fila tras mío. 
- Su carrito señor.
- Cierto. Gracias.
Mis palabras apenas escapan de entre mi pañoleta de víbora de cascabel. Siento que me tratan bien solo porque piensan que soy como ellos. Yo los trato bien porque pienso que soy como ellos

Empiezo el viaje usual, pero admito que este ambiente solo me hace entrar más en negación. Bailo en los pasillos y me paso de amable. Buenas tardes a todo al que vea, esquivadas excéntricas y movimientos teatrales. Todo el show. Veo a otro de uniforme de negro. Ya son varios de pasillo en pasillo más los que vi entrar conmigo. Termino de llenar mi carrito de carnes y frutas, que era lo que tenía escaso y llego a la registradora. Fila larga, no de gente sino por la distancia entre ellos. Eso me da tiempo de leer sin parecer obvio y la palabra se repite varias veces. Supongo que si hay nosotros después de todo... pero qué se yo. Quizás es solo la paranoia. Escudriño por mi auto el cual se asoma entre la caja de un par de pickups.
- ¿Una lavadita o qué jefe?
- Ando gastado. Me agarraste en mal momento -enseñando las bolsas.
- Ándele, jefe, de paso le doy una pasadita a los faros.
- Mira mano, no gracias.
- Mira mano, nomás porque no está el jefe, mira. Mira lo que vamos a hacer, orita que no tengo quién me la cuente... te lo dejo a la mitad. A la mitad. Orita por usted, mañana por mí. Y si hoy hago un cliente, mañana hago otra paga y el que sigue y el que sigue. Eso se lo digo porque confío en mi chamba. Va a ver qué bien le va a quedar jefe.
- Nombe' mano, traigo helado -mentí de nuevo señalando a mis bolsas-, no quiero que se me chorree todo y hoy olvidé la cuchara en casa.
-  Ya está compa, ya está -se ríe-, ya quedó jefe. Como quiera aquí andamos cualquier cosa eh, jefe.
- Seguro, que tengas buenas tardes.

***

Feliz 5 de mayo.