Escribí esto hace un año. Iba a publicarse en el periódico como parte de un compilado de cartas escritas por personas asistiendo a terapia, "sobrevivientes" de intentos de suicidio como parte de su especial editorial por El Día Internacional de Prevención del Suicidio. De la carta enviada solo fue publicada una frase a la hora de su impresión. Aquí pongo el texto original, editado ligeramente para reflejar las intenciones buscadas.
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Actualmente tengo 27 años, pero
cuando ocurrió el incidente que llevó a preocuparme tenía 26 años recién
cumplidos. Soy maestro actualmente, así como para el tiempo en el que ocurrió
aquél incidente. Siempre me ha gustado ayudar a todo el que lo necesitase, la puerta de mi oficina en la escuela siempre está abierta para quien lo pidiera así como mi tiempo en
pasillos y en clase. Sin buscarlo me hice, quiero pensar, de la
confianza de mis alumnos.
La realidad es que la idea del
suicidio, de cometer un acto suicida de alguna manera siempre estuvo ahí. No
podría decir con claridad cuando inició o qué lo desencadenó. Es como si fuese una idea con lo que hubiera nacido. Nunca fue algo ajeno a mi, simplemente se sentía como una puerta que se podía abrir en el caso
en que todas las demás pareciera que se cerraran.
El momento en cuestión vino una noche,
manejando solo de regreso a casa. Para ese tiempo vivía con un amigo y era el inicio de mi
segundo año fuera de casa. Tenía novia y mi familia se mantenía en contacto
conmigo de forma intermitente por mensajes de texto pero aún y con ello podía sentir algunas grietas abriéndose a mi alrededor. Algo de falta de apoyo por parte de mi pareja, mis padres ni
siquiera sabían dónde vivía y parecía que no les importaba siempre y cuando
contestase sus mensajes. Mi amigo estaba ahí apoyando pero siempre fue algo
severo en actitud, como un padre postizo y no del todo orgulloso, y eso a veces
no ayudaba a como me sentía. No los culpo, quizás simplemente no sabían cómo me
sentía, pero yo sé muy bien también que no se los dije. Era eso... o que algo me detenía. Fue un tiempo, meses, en que no
comía ni dormía bien. De igual manera; esa noche, iba manejando del trabajo
camino a casa, tenía muchos pensamientos dentro de mi mente.
Era el recorrido habitual, sorteando un canal de
agua artificial, el cual serpenteaba los alrededores de la colonia. Fue
entonces que miré de reojo el precipicio desacelerando y aproximándome hacia una luz roja y sin nadie
a mí alrededor. Miré de reojo de nuevo. Era noche y el agua solo era un flujo
negro en medio del entonces seco, lecho de cemento. Miré de reojo de nuevo, mis
brazos se entumecieron súbitamente. Fue como una descarga eléctrica directa
para ambos brazos, los cuales se entumecieron al instante. Un botón de
emergencia, un instinto primigenio. Había sobrevivido. Rompí en llanto. Una
parte de mi quiso que mis brazos girasen de golpe el volante al mismo tiempo que otra fuerza, contraria pero de apenas y mayor nivel, la había detenido... y mis brazos pagaron el
precio. Mis músculos se sentían pesados, como si hubiesen sido golpeados
continuamente, golpe tras golpe. El volante, como el mundo mismo, se sentía
pesado. El semáforo viró a verde. Con los brazos insensibles llegué a casa como pude.
En el poco trayecto que me quedó
hacia casa pensé en mis abuelos. Ellos eran mi meta. No me iba a ir hasta que
ellos se fueran, pensaba. Haber hecho eso hubiese sido fallarles,
racionalizaba. De alguna u otra manera les estaba quedando poco, también
imaginé de mórbidamente. Recientemente habíamos recibido noticias de que mi
abuelo paterno tenía episodios, ataques, que mi abuelo materno había estado
comenzado de nuevo a tener problemas en el corazón y su esposa,
gastrointestinales. Pensé en mis padres. Dejar a mis padres solos de golpe sin
siquiera la idea de que aún contaban con mi hermano, luego de otras pérdidas
que han tenido para entonces recientemente. Pensé en mis amigos, mis alumnos.
“Tienes una novia que te quiere, una familia que te apoya, un trabajo estable,
¿qué te pasa?”, una persona que me importaba mucho me dijo una vez así. Sentía la culpa del adicto por siquiera pensar en eso. Pensé en la gente que había perdido, de
esa y otras maneras. Quizás de alguna u otra forma era adicto a algo. Fue en
ese momento en que supe que necesitaba ayuda. Las cosas no mejoraron pronto, pero si cambiaron.
Actualmente llevo un año y unos meses
en terapia y siento que me ha ayudado. La idea no desapareció cual veneno a
través de diálisis, pero esa sombra ciertamente se ve más lejana cada día. Creo recordar, y podría estar equivocado, que en
medicina se señala la diferencia entre enfermedades curables y enfermedades tratables. Las curables son aquellas que desaparecen por medio del tratamiento y las correctas medidas por parte del afectado, mientras que en las tratables solo se atacan los síntomas, pero el agente causal se mantiene en el paciente. La terapia no es mágica, pero es algo real, es tangible
y está allí. Ayuda profesional para un problema real, supongo.
Si estás allá afuera y estás
leyendo esto, no sientas culpa por sentirte solo cuando no lo estás o por
sentirte solo si sientes que alejaste a los demás, siempre hay ayuda. No
escoges sentirte triste, pero si quizá cómo actuar ante ello. Una pelea constante entre el espíritu, la máquina y el fantasma. Tú pelea es real. Escojas pelearla o no.